lunes

Del olvido al no me acuerdo

No tanto como Forrest Gump, pero puedo decir que yo padezco del mal de la buena memoria. Aún cuando difícilmente pueda reconocer a la persona que venía conmigo en el camión, si podría hacerlo con mis amigos del kinder, los cuales dejé de ver hace más de veinte años. De hecho, una vez, camino a Toluca, me encontré con uno de ellos, el cual no me reconoció, aunque me dieron unas ganas inmensas de comenzar a platicar para rememorar aquellas gloriosas mañanas cuando podíamos llorar para no quedarnos en la escuela. Sin embargo, ni me saludó ni yo a él. Estoy acostumbrado a que la gente se olvide de mí.

Del olvido al no me acuerdo es una película que tuve oportunidad de ver por allá e el tiempo de la preparatoria. En ese entonces era yo, o comenzaba, ferviente admirrador de la breve pero inconmensurable obra de Juan Rulfo, entonces vi el trabajo de su hijo. Me parece ahora que en aquél entonces no estaba yo del todo preparado para ver la película porque la mera verdad es que no entendí nada. Yo sólo veía a los viejos hablar de cosas:

- Pedro, ¿cuándo se te va a quitar?
- ¿Qué dices?
- ¿Cuándo se te va a quitar?
- ¿Qué?
- ¡Lo joto!

Un chiste octagenario que me hizo reir. Pero no entendía que la diferencia del olvido al no me acuerdo es la voluntad.

Créanme ustedes que cuando yo digo no me acuerdo, a veces miento. Como todos. Pero cuando digo la verdad es que en serio no quiero acordarme, en el estricto sentido con el cual esa frase fue hecha. Así, no me acuerdo de mi numero de cédula para hacer mi examen en la facultad, aunque no así de cuando entré a la prepa (03780-D). Me he olvidado de mecanismos de reacción y cadenas de señalización, los cuales en su tiempo manejé con habilidad que, sorpresivamente para mi condición actual, era grande. No me acuerdo es la imposibilidad fisiológica de hilar esas ideas que en sus mejores días corrían como un riel. No me acuerdo del día que murió mi perra Negra, pero las lágrimas en mis ojos son nítidas al acordarme de que era un día con mucho sol y viento, porque ella se murió como vivó. He olvidado el día.

Y no solo eso se ha empañado de olvido. Personas, sentimientos, viejas alegrías que hoy ya no tienen efecto, antiguos vicios. Antiguas formas. Pero la vida quiso que mi cajita de cosas olvidadas fuera muy pequeña, comprimida aún más por esa pesada carga que es la buena memoria (nótese mi fatal error de redacción al mencionar la misma idea en menos de 1 página, por más no sea más que un blog). Aunque también es cierto que las cosas arrumbadas deben quedarse ahí, como aquello de sentirme mejor por tener unos tenis adidas o un pantalón levi's (tremenda pendejada de preparatoriano), es muy cierto que a veces me gustaría volver a caminar rodeado de esas dulces canciones del pasado, para volver a ser niño y jugar a los papalotes. Y sin embargo no quiero porque eso es pasado y el pasado ya no vive conmigo.

El amor es como los imperios. La vida es como una pelota de tres dimensiones en donde nosotros nos movemos como manchas planas y cuando volvemos ni cuenta nos damos. Dice Joaquín Sabina que es cosa solo de poder dormir sin discutir con la almohada, no de olidar, más bien de no recordar. Porque olvidar implica razón y cuando la razón se mete en los sentimientos, entonces estamos fritos.

¿A dónde vas? Preguntarán ustedes acostumbrados a la ciencia y sus respuestas que luego no son convincentes, por más que tengan 10 referencias bibliográficas. Pero de hecho si tiene una finalidad, además de perder el tiempo pensando en cosas que no tienen sentido. Pero es que uno tiene que ser precavido, porque uno nunca sabe quién puede leer los blogs y meternos en un lío. Personajes circunstanciales de las películas, que sin ser protagonistas, como cambian el curso de las cintas.

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