domingo

Ser o no ser

Hace 654 años, durante uno de esos días largos en donde sinceramente no teníamos mucho qué hacer y la vida sucedía mientras discurríamos sobre Evangelion, Alita y alguna que otra caricatura de la época cuando caminabamos hacia el cine siendo que debíamos estudiar para ser mejores mexicanos, Grissel me preguntó, casi sin querer puesto que ella odiaba el futbol al que consideraba como primitivo y casi vergonzoso, que por qué era tan importante este juego en la vida de los mexicanos y que la mayoría de los seguidores era más bien un grupo de machos incultos que esperaba cada fin de semana para embriagarse jugando a la pelota. ¿Se imaginaba ella que en realidad además de rock y banda escuchaba por las noches algunos encontramos placer en Mozart y a Bach? Se sorprendió en realidad cuando lo supo. De esa sorpresa se trata esto que se juega con la de gajos y que trataré de expresar de una forma más o menos coherente.

Es claro que de la respuesta que le di no recuerdo absolutamente nada. Y también me quedó claro que no pude convencerla con mi duscurso y que, hasta la fecha, sigue odiando todo lo relacionado al juego del hombre. De esto me vine acordar porque es un buen tema de discusión, como lo es el calentamiento global o la volatilidad del dólar. Hasta el cansancio he escuchado a nuestros especialistas futboleros decir que el futbol no pasa de ser un juego y la verdad eso me da mucho coraje, un poco menos cuando gana el América, un poco más cuando sucede lo que es casi normal.

Váminos por partes. Primero. El futbol es un deporte, entendido desde el conepto en que puede determinarse quién es el mejor y cumple con aquellos principios altius, citius, fortius. Y no me vayan a decir que este juego lo pueden ganar aquellos que no vayan más alto, sean más fuertes y más veloces o que de verdad creen que la suerte tiene algo que ver. Para nada. Además, tiene 11 reglas, de las cuales se pueden desprender una buena cantidad de apartados; esto lo hace, desde mi punto de vista un deporte intermedio en la legalización de sus jugadas. No es el americano, en donde además de existir 10 mil artilugios tecnológicos y no sé cuantos oficiales; ni béisbol, en donde prácticamente existe una regla por centímetro cuadrado de césped, lo cual lo hace hermoso en realidad. Esta suerte de legislación incompleta le confiere un aroma distinto, y precisamente aquí es donde empieza a ser diferente a los demás.

Haber si puedo explicarlo bien. De todos lados sabemos que los gringos tienen un sentido patológico de cumplimiento de las reglas y ello lo dejan sentir en sus deportes. Futbol americano, beisbol, básquet y hockey son deportes en donde lo más importante es cumplir el reglamento sin temor a dudas, incluyendo dar marcha atrás a los relojes. Para ello ponen en la cancha un buen número de árbitros y cámaras y repeticiones instantáneas donde podemos todos, incluyendo a dichos oficiales, observar a las reglas cumplirse. Cultura gringa sin duda. Así como ellos hacen uso de la fuerza pública para reprimir cualquier rebeldía en contra de esas reglas que defienden sus intereses, así lo hacen sus referees en los deportes que, a fin de cuentas, son una herramienta de control masivo. Al contrario, el futbol, el nuestro, es algo que intenta reflejar otras cosas. Yo diría que rebeldía. O por lo menos no adminte ser domesticado de esa manera tan salvaje. No hay jugadas prefabricadas numeradas. Se puede entrenar, por ejemplo, un tiro de esquina mil veces, pero no hay forma de garantizar nada, por más que se juegue con el librito (¿cuál librito?). El futbol depende más de inspiración que de maquinación robótica. No es casualidad que nuestros vecinos del norte se encuentren ahora un poco confundidos al ver un juego, vamos a llmarle así por cuestiones de redacción, en donde las reglas puedan ser rotas con tanta facilidad. Y debe ser un golpe terrible a su psicología. Dicen que la tecnología remediaría muchos problemas con el reglamento y evitaría jugadas polémicas en cualquier torneo, de acuerdo. Pero aquellos que afirman que dicha técnica aplicada al juego es la panacea, son más bien ignorantes de la verdadera escencia del futbol: en la calle se rompen las reglas, en la cancha también. Y cada pueblo es responsable, más que sus autoridades, de respetar y hacer cumplir sus leyes. No es lo mismo una agresión en un campo mexicano, uno argentino y uno inglés. Y tampoco se cometen por las mismas razones.

Por otra parte, está el sentido de pertenencia. También durante la facultad y más específicamente dicho, mientras pasábamos una borrachera memorable, nos pusimos a filosofar sobre lo que significaba ser mexicano. Este es un punto extenso sobre el cual no soy yo el mejor para explicarlo. Porque estar dentro de una tierra no nos hace pertenecer a una patria. No es lo mismo ser español que catalán o vasco y vean que geográficamente comparten la nacionalidad. Más no de corazón o de sangre. Es igual con el futbol. Yo lo compararía con el hecho de pertenecer a una nación. Podemos vivir 100 o 200 años bajo un mismo nombre y por ello no compartir nada, ni siquiera el idioma. Podemos, como a veces pasa en México, estar todos juntos atropeyándonos de que casi no cabemos en la ciudad y no sabemos bien cómo y por qué estamos ahí. Esto de formar una nación tal vez pueda entenderse mejor desde la óptica del futbol. Hay gente de Chivas que vive en México, Brasil, EUA (que es casi como México, así que no cuenta demasiado en este espacio) y muchos otros países; estos aficionados, que son hermanos según dice la frase que los ampara, viven bajo los mismo colores aquí y en China. Así es como podemos entender al futbol también, como formadora de naciones. Quién sabe, a lo mejor estoy yendo mucho más allá de lo que debo, pero creo que por ahí va el asunto. Para poner un ejemplo, cuando yo escucho el Himno Nacional cantado en la primaria donde trabaja mi mamá me quejo del calor. Cuando lo escucho en el estadio y la Selección está en la cancha siento algo diferente, no importa que esté hasta la fila no. 345. Ser americanista, como este quien escribe para ustedes, es algo algo radicalemente distinto que ser del Atlante. Para comenzar, el equipo azulgrana tiene uno de esos motes salidos de la mitología: "Potros de Hierro" que han sido siempre pobres y por ello siempre del pueblo. Es un equipo romántico como no hay ninguno en el mundo. Jugó clásicos y arrastró multitudes en los estadios y en los cines, hoy no pueden llenar ni siquiera los campos de la deportiva de mi pueblo. Si le preguntaran a mi papá o mi abuelo, ellos dirían que ser atlantista es saber leer entre los golpecitos de la lluvia en el piso, los pasos de todos los hombres y mujeres que han desfilados por las calles de las ciudades. Ser de este balugrana equino, es ser de los que compran flores a las novias y cuentan historias a los niños. Ser del potro es ser especial. En cambio, un americanista es un ente que deambula por la vida fijánose en lo comercial. La publicidad le llena los sentidos y le atrapa. No es el dinero como el entretenimiento lo que distingue el código genético de este equipo. Aquél dueño de televisa que lo adquirió lo dijo: "No sé mucho de futbol, pero sé mucho de negocios". Y vaya que lo supo. Cruz Azul es de sus trabajadores, así como Pumas de la UNAM. Todos tienen ese algo que los hace especiales, y que enamora a sus fieles. Se puede cambiar de vieja, pero no de equipo.

Acá en México, no es tan marcado este asunto de la identidad. Pero en España, la cuestión es muy diferente. Lean el Marca o el Sport para que vean lo que les digo. Allá el ser hincha del Madrid o del Barsa va mucho más allá de estos pensamientos que he compartido. Allá se trata de nacionalidades encontradas. De formas de entender la vida. Unos siempre al lado del poder y otros contrarios hasta en el idioma que hablan, basta recordar al presindente del FC Barcelona Josep Suñol i Garriga fusilado por la dictadura franquista que, incluso hizo cambiar de nombre al equipo a CF Barcelona en esa época oscura y a la vez luminosa donde los disidentes estaban pendientes de los resultados de este equipo que, con su sola presencia, insultaba al dictador y su régimen. Ese es, me parece el verdadero alcance del futbol. Ya lo decía aquél escritor: "El futbol es la gerra sin balas" y no estaba equivocado, o por lo menos, no del todo.

El futbol es, mis queridos amigos, pasión. Como nigún otro deporte me atrevería a afirmar. Jugar y ver jugar a los 11 elegidos es como estar fuera del mundo. No se trata de que si somos jugadores de primera, segunda o tercera fuerza. En el llano y en el estadio, se juega por cosas que siempre son las mismas, aunque se ganen millones de dólares. Se juega para olvidar, se juega para desquitar, se juega para ganar, perder o empatar. Cuando yo veo un partido de futbol, de liga inglesa, española o venezolana, me gusta pensar que estoy sentado al borde de la cueva del destino y que en algún segundo veré la respuesta a todas las preguntas. Cuando pienso en futbol y en aquella tarde de la que les hablé al inicio de este escrito, siento que no es que le vaya al América o a la Juve, siento que la vida corre como corre el balón. Perdón que se los diga, pero cuando juega México, en realidad juega México, para los que amamos la pelota. Así como cuando juega México en el beisbol, basquetbol o hockey sobre pasto. Se trata de identidad y de lo que representa. La rebeldía contra lo cuadrado. Lo romántico contra lo tencológico. Lo eterno contra lo efímero. El futbol es etéreo donde quiera que se juegue. Porque vale lo mismo un gol con sabor a tierra y cerveza el domingo, que uno con sabor a tele y café de UEFA Champions League.

El futbol es, en resumen, lo que nosotros queremos sentir cada que perdemos, ganamos o empatamos.

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