lunes

Personajes circunstanciales de la película (parte I)

Primero esta fábula contada por el grande Marcelino Perelló:

Está el alacrán en la vera del río, a la espera de que aparezca algún bicho nadador que tenga la amabilidad de pasarlo al otro lado. Después de varios intentos fallidos, detiene un sapo que se dispone a zambullirse y cruzar. "¿Me llevas, sapo?", pregunta el arácnido, con voz lo más amable y lastimera posible. "¿Cómo crees? Ni que estuviera mal de la cabeza", responde el batracio con voz de bajo fumador. "¿Y por qué, pues?", interroga desconsolado el escorpión. "¿Cómo que por qué? ¿Cómo que por qué? Porque eres un alacrán, güey, por si no lo sabías". "¿Y qué con eso? No peso mucho...", replica, modesto y agachando el aguijón, el ocho patas.

"Pos medio pesadito, sí eres... me cae. Ya parece que te voy a subir el lomo, pa'que me piques a gusto". Responde el verde, con tono de rano conocedor. "¿A poco crees que sería capaz de una bajeza semejante, sapo? ¿Picaría yo a quien me ayuda? De ninguna manera". "¿Y yo cómo voy a saberlo? ¿Por tu puritita palabra? Soy sapo, no pendejo. Espera a que pase un burro". "Soy un alacrán de honor, sapo. Si te aseguro que no te voy a picar, es que no te voy a picar". "¿Lo juras?" "Lo juro, por lo más sagrado. Por la memoria de mis ancestros artrópodos", replica solemne e irguiendo las tenazas el altivo solicitante.

"Bueno, órale", acaba cediendo el compadecido anfibio. "Ándale, súbete". El otro, con más decisión que maña se trepa sobre la espalda grisácea e inician la travesía. "Eres la buenísima onda, Verrugas, me cae. Te estaré eternamente agradecido", dice, emocionado, el pasajero. "Bueno, bueno, ya bájale. No es para tanto. Ya mero llegamos", replica, satisfecho de su buena acción, el nadador de pecho.

"Ya estuvo", proclama orgulloso y jadeante el sapo cuando pone las patas en tierra. Y, en vez de saltar, para no lastimar a su nuevo amigo, da tres o cuatro pasos torpes y se aleja del agua. Y en ese mismo momento, cuando empezaba apenas a decir "ya te puedes baj...", siente el dolor agudísimo del aguijón mortífero penetrando su gruesa epidermis. Boquiabierto, con los ojos desorbitados y anegados, lanza un quejido ronco y dramático, desde el fondo de su gran garganta. Más grande que nunca.

"¡Lo sabía, lo sabía!", alcanza a proferir. "¿Por qué lo hiciste, traidor miserable?" El alacrán mientras tanto ya se había bajado de su moribundo transporte y se adentraba en la maleza. Se volteó un momento para mirar por última vez a su víctima, mientras le dice, con voz apenada: "Lo siento mucho, sapo. Créeme. Y te agradezco mucho lo que hiciste por mí. Fuiste un tipo padre. ¿Por qué te piqué?, me preguntas. Pues porque esa es mi naturaleza. Eso es todo. No es nada personal. Perdóname". Y se perdió de vista, mientras el sapo experimentaba ya las primeras convulsiones...

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