Por si no te vuelvo a ver
Para cuando vengas en la noche, que te quiero ver, deberé tener el valor de plantarme frente a ti y cubrir tu boca con mis labios; deberé rodear tu cintura con mi brazo y acercarte un poco más a mi, deberé ser diferente, nunca yo mismo, otro.
Para cuando llegue yo a tu casa, quiero que tu abras la puerta para poder mirar tus ojos, quiero escuchar tu voz dicéndome hola. Quiero verme envuelto en tu perfume lleno de olores de oriente, lejanos, extraños. Quiero que seas tu, porque deseo llenarme de tu recuerdo para luego decir hasta luego, nunca adiós. Quiero que abras tu la puerta para poder recordar el camino, que los eucaliptos no me atrapen y llegar, ni antes ni después, sólo llegar.
Para cuando estés conmigo guarda tu sonrisa más bella, guárdala porque la necesitarás, porque estando tu a mi lado sabes que eres feliz, que no necesitas de mucho más. Cuando me escuches platicarte la vida de los demás, conservame la más cálida mirada de las mil que tienes; también esconde tu paciencia donde los ladrones no puedan verla, a veces tendrás que recurrir a ella, las acciones no siempre se llevan con los sentimientos y eso tu lo sabes bien.
Finalmente, para cuando deba decirte adiós, preferiré siempre verte mañana, dejeré al sol que vuelva todos los días como mí compañía para hacerte una fiesta, quiero decirte hasta luego para tener un buen pretexto, de saludarte una y otra vez. Cuando me despida pasaré mis manos por tus hombros para guardarte derna, para hacer de ti por fin mi moustro (sic.), para llevarme conmigo un pedacito tuyo y soñarte a escondidas. Me alejaré esperando regresar, afinando mis oídos por si me pides volver, esperando tu solicitud una y otra vez... para cuando debas irte sólo te besaré, con la última despedida, por si no te volviera a ver...
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Yo nunca he sabido el porqué de sentir tristeza cuado un edificio viejo se cae o algo similar. Entonces imagínense mi tremenda imprsión al enterarme de esto:
La cantina más antigua de México, El Nivel, que ostenta la primera licencia de ese giro en el Distrito Federal, cerró sus puertas de manera definitiva en el Centro Histórico, luego de ser punto de encuentro de presidentes, escritores, artistas, burócratas, académicos, activistas, periodistas y turistas, durante 156 años.
Los cacahuates, el queso blanco y de puerco en cuadritos, con sus rajas en escabeche, botanas que acompañaban las cervezas frías o la bebida de casa el nivelungo (vodka, Pernod y licor de naranja) dejaron de servirse desde el pasado 2 de enero, según informó, durante una entrevista en el programa de radio De una a tres de Jacobo Zabludowsky, don Rubén Aguirre, su dueño, quien explicó que tomó esta decisión tras perder un litigio con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que reclamó la propiedad.
El local ubicado en Moneda número 2, casi esquina con la Plaza de Armas, donde sólo queda como testimonio de su cierre un anuncio para la clientela: “Cerrado por remodelación. Hasta nuevo aviso”, fue en su momento parte del edificio sede de la ahora máxima casa de estudios del país, que dos predios más adelante, en el número 5, mantiene las oficinas del Programa de Estudios Sobre la Ciudad (PUEC).
Como todo sitio milenario, este escenario, que cruzó tres siglos como protagonista de la vida nocturna en la capital y solía, como las cantinas tradicionales, cerrar sus puertas a más tardar a las 11 de la noche, deja en su interior todo un cúmulo de historias y anécdotas.
Desde las que involucran a grandes personajes –se dice que la mayoría de los presidentes de México cruzó alguna vez sus puertas y algunos cantantes como Agustín Lara llegaron hasta su barra–, hasta las de jóvenes estudiantes de artes plásticas, que sin dinero en los bolsillos empeñaban sus obras a cambio de un trago de cerveza.
Licencia número uno
Lo cierto es que de sus paredes colgaba toda una suerte de pinturas, dibujos, caricaturas y fotografías, sin faltar, la copia de la licencia para la venta de bebidas alcohólicas, orgullo de los meseros, que al menor comentario de los curiosos exhibían, e inclusive emprendían toda una “ruta turística” por el lugar para presumir aquel antiguo teléfono, que utilizaban los comensales para justificar en casa su tardanza o el reloj, que con sus manecillas y números al revés, hacía retroceder el tiempo.
Pero el ajetreo que daba vida a la calle de Moneda, a partir de la hora de la comida, con los empleados de gobierno, y más tarde con los bohemios, sólo se conserva en los comercios aledaños, uno de venta de monedas y billetes antiguos y otro de tacos de canasta, fundado en 1935, donde aún no saben, que el local vecino llegó a su fin, según informó don Rubén Aguirre, heredero de la cantina a la muerte de su padre, Jesús Aguirre.
“Hace más de 20 años nos clausuraron dos veces la cantina, posteriormente le donaron a la Universidad el edificio ubicado allá en las calles de Moneda y Seminario y tuvimos un récord de 17 años peleando (…) Sabíamos de antemano que algún día la cantidad El Nivel iba a dejar de existir. ¿Por qué? Porque a la muerte de mi padre (…) se complicaron mucho las cosas, porque todo estaba a su nombre”, relató ayer durante la entrevista radiofónica.
Ahí nombró al primer dueño, don Carmen de Gallegos y Romero, recordó los años de operación y explicó el origen del nombre de la cantina: “Yo sé la versión que se llamó El Nivel porque había existido el primer nivel que colocó Enrico Martínez para medir cómo crecía el agua en los ex lagos de Texcoco, Zumpango, Tacuba y Azcapotzalco, cuando llovía mucho en la ciudad de México”, refirió.
Y también dejó abierta la posibilidad de reubicar El Nivel en otro espacio en la ciudad de México, al conservar aún el permiso de la cantina más antigua de México. “Estamos viendo a ver dónde la podemos trasladar”, apuntó.
¿Se avecina el fin del mundo? ¿Terminaremos todos en los bares de Sanborns? ¿En los Oxos?... No sé, hoy me dan ganas de reflexionar...
Para cuando llegue yo a tu casa, quiero que tu abras la puerta para poder mirar tus ojos, quiero escuchar tu voz dicéndome hola. Quiero verme envuelto en tu perfume lleno de olores de oriente, lejanos, extraños. Quiero que seas tu, porque deseo llenarme de tu recuerdo para luego decir hasta luego, nunca adiós. Quiero que abras tu la puerta para poder recordar el camino, que los eucaliptos no me atrapen y llegar, ni antes ni después, sólo llegar.
Para cuando estés conmigo guarda tu sonrisa más bella, guárdala porque la necesitarás, porque estando tu a mi lado sabes que eres feliz, que no necesitas de mucho más. Cuando me escuches platicarte la vida de los demás, conservame la más cálida mirada de las mil que tienes; también esconde tu paciencia donde los ladrones no puedan verla, a veces tendrás que recurrir a ella, las acciones no siempre se llevan con los sentimientos y eso tu lo sabes bien.
Finalmente, para cuando deba decirte adiós, preferiré siempre verte mañana, dejeré al sol que vuelva todos los días como mí compañía para hacerte una fiesta, quiero decirte hasta luego para tener un buen pretexto, de saludarte una y otra vez. Cuando me despida pasaré mis manos por tus hombros para guardarte derna, para hacer de ti por fin mi moustro (sic.), para llevarme conmigo un pedacito tuyo y soñarte a escondidas. Me alejaré esperando regresar, afinando mis oídos por si me pides volver, esperando tu solicitud una y otra vez... para cuando debas irte sólo te besaré, con la última despedida, por si no te volviera a ver...
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Yo nunca he sabido el porqué de sentir tristeza cuado un edificio viejo se cae o algo similar. Entonces imagínense mi tremenda imprsión al enterarme de esto:
La cantina más antigua de México, El Nivel, que ostenta la primera licencia de ese giro en el Distrito Federal, cerró sus puertas de manera definitiva en el Centro Histórico, luego de ser punto de encuentro de presidentes, escritores, artistas, burócratas, académicos, activistas, periodistas y turistas, durante 156 años.
Los cacahuates, el queso blanco y de puerco en cuadritos, con sus rajas en escabeche, botanas que acompañaban las cervezas frías o la bebida de casa el nivelungo (vodka, Pernod y licor de naranja) dejaron de servirse desde el pasado 2 de enero, según informó, durante una entrevista en el programa de radio De una a tres de Jacobo Zabludowsky, don Rubén Aguirre, su dueño, quien explicó que tomó esta decisión tras perder un litigio con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que reclamó la propiedad.
El local ubicado en Moneda número 2, casi esquina con la Plaza de Armas, donde sólo queda como testimonio de su cierre un anuncio para la clientela: “Cerrado por remodelación. Hasta nuevo aviso”, fue en su momento parte del edificio sede de la ahora máxima casa de estudios del país, que dos predios más adelante, en el número 5, mantiene las oficinas del Programa de Estudios Sobre la Ciudad (PUEC).
Como todo sitio milenario, este escenario, que cruzó tres siglos como protagonista de la vida nocturna en la capital y solía, como las cantinas tradicionales, cerrar sus puertas a más tardar a las 11 de la noche, deja en su interior todo un cúmulo de historias y anécdotas.
Desde las que involucran a grandes personajes –se dice que la mayoría de los presidentes de México cruzó alguna vez sus puertas y algunos cantantes como Agustín Lara llegaron hasta su barra–, hasta las de jóvenes estudiantes de artes plásticas, que sin dinero en los bolsillos empeñaban sus obras a cambio de un trago de cerveza.
Licencia número uno
Lo cierto es que de sus paredes colgaba toda una suerte de pinturas, dibujos, caricaturas y fotografías, sin faltar, la copia de la licencia para la venta de bebidas alcohólicas, orgullo de los meseros, que al menor comentario de los curiosos exhibían, e inclusive emprendían toda una “ruta turística” por el lugar para presumir aquel antiguo teléfono, que utilizaban los comensales para justificar en casa su tardanza o el reloj, que con sus manecillas y números al revés, hacía retroceder el tiempo.
Pero el ajetreo que daba vida a la calle de Moneda, a partir de la hora de la comida, con los empleados de gobierno, y más tarde con los bohemios, sólo se conserva en los comercios aledaños, uno de venta de monedas y billetes antiguos y otro de tacos de canasta, fundado en 1935, donde aún no saben, que el local vecino llegó a su fin, según informó don Rubén Aguirre, heredero de la cantina a la muerte de su padre, Jesús Aguirre.
“Hace más de 20 años nos clausuraron dos veces la cantina, posteriormente le donaron a la Universidad el edificio ubicado allá en las calles de Moneda y Seminario y tuvimos un récord de 17 años peleando (…) Sabíamos de antemano que algún día la cantidad El Nivel iba a dejar de existir. ¿Por qué? Porque a la muerte de mi padre (…) se complicaron mucho las cosas, porque todo estaba a su nombre”, relató ayer durante la entrevista radiofónica.
Ahí nombró al primer dueño, don Carmen de Gallegos y Romero, recordó los años de operación y explicó el origen del nombre de la cantina: “Yo sé la versión que se llamó El Nivel porque había existido el primer nivel que colocó Enrico Martínez para medir cómo crecía el agua en los ex lagos de Texcoco, Zumpango, Tacuba y Azcapotzalco, cuando llovía mucho en la ciudad de México”, refirió.
Y también dejó abierta la posibilidad de reubicar El Nivel en otro espacio en la ciudad de México, al conservar aún el permiso de la cantina más antigua de México. “Estamos viendo a ver dónde la podemos trasladar”, apuntó.
¿Se avecina el fin del mundo? ¿Terminaremos todos en los bares de Sanborns? ¿En los Oxos?... No sé, hoy me dan ganas de reflexionar...
1 Comments:
Lo primero bien chido...lo segundo que mala onda. Al principio no encontré la relación, y pensé: "Estaba en la cantina y entonces se inspiro y escribío lo primero??? Pero como estaba borracho, el camio del orden altero sus factores...o ¿como era la cosa?
Un abrazo...
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